Misionólogos en Puerto Vallarta: “El aporte de Vaticano II a la reflexión misionológica”

Apuntes de la charla en la paróquia La Aurora, fundada por nuestro colega Pe. Gabriel Ponce.
“La esperanza es un mensaje central de la fe bíblica (Cf. SpS 2) y del paradigma de la misión. Ella es un puente hacia el mundo cotidiano de los pobres y una raíz de su fe en las alegrías y tristezas de la vida.

Formação missionária na paróquia La Aurora
La memoria del pasado y las experiencias de nuestra fe nos permiten hoy tener esperanza de que mañana haya justicia. El apóstol nos exhorta a estar siempre preparados para dar las razones de nuestra esperanza, con “mansedumbre y respeto” (cf. Pd 3,15ss). “La mansedumbre y el respeto”, ¿no serían esa dosis de duda, de autocrítica y de reconocimiento de que nuestras aspiraciones son, como las aspiraciones de los pobres, “improferibles” en los lenguajes y las lógicas establecidas? Integrar la duda en nuestra doctrina y la autocrítica en nuestras prácticas institucionales no son elementos de su destrucción, sino de su salvación.
Dios, quien escucha el grito de los pobres, está con nosotros en el centro de los  conflictos, nos envía en misión a la periferia del mundo para que no haya más centro ni periferia. Al envío precede la convocación al éxodo. Él nos llama a salir de la esclavitud. Esa esclavitud se desdobla en múltiples formas de servidumbre y sumisión.

Cautivos de esperanza
Feliz reencontro de pároco Pe. Gabriel Ponce
com sua paróquia "La Aurora"

La misión, que se propone anunciar la “buena nueva a los pobres”, busca, necesariamente, desvincularse del sistema que produce el sufrimiento. La misión de Dios incomoda y desacomoda. Dios, que invita al éxodo, también pone fin al exilio. Zacarías (“el Señor es memoria”), el profeta postexílico, promete liberar a “los cautivos de la esperanza del pozo donde no hay agua” (Zac 9,11). Los cautivos de la esperanza serán arena en las entrañas del sistema (cf. DA 62) y aceite en las transformaciones en curso que benefician a todos.
La ruptura sistémica no depende de la Iglesia, pero es factible con ella. Sus gestos significativos —signos de justicia e imágenes de esperanza— tocan todos sus sectores (formación, teología, catequesis, ministerios, liturgias, pastorales) y articulaciones con sectores más allá del ámbito eclesial. La Iglesia, por medio de sus agentes de pastoral, se halla presente en los diversos movimientos sociales que creen no en un paraíso terrestre, sino en la posibilidad de otro mundo más digno y justo. Su misión es “suscitar esperanza en medio de las situaciones más difíciles, porque, si no hay esperanza para los pobres, no la habrá para nadie” (DAp 395).

En la formación de sus propios líderes, la Iglesia los cualifica espiritual y teológicamente para los choques con el capital en la era de su mundialización, para la intervención y el compartir, para la gratuidad y la solidaridad, para la mística militante. El resucitado es el crucificado. La cruz no pertenece a la prehistoria de las luchas por la liberación. Pertenece a su historia permanente. Y en esa historia definimos etapas, prioridades y metas de otro mundo posible.
La Iglesia de América Latina y del Caribe está frente a tres alternativas de la indiferencia, la adhesión o la ruptura sistémica:
a) con miedo, enterrar los muchos talentos que recibió (Mt 25,14ss);
b) insertarse en el sistema capitalista y proponer pequeñas mejoras; o
c) intervenir con signos de justicia en el mundo injusto, deseñar imágenes de esperançar e cultivar las semillas del Reino.
Aparecida asumió esa intervención y ruptura como servicio a los pobres. Prometió ser abogada y casa de los pobres. Con “mansedumbre y respeto”, el paradigma de la misión reclama de la Iglesia esa promesa de ser espacio de ensayo de rupturas. La misión ha de ser internamente crítica para poder ser externamente propositiva. Como casa de los pobres, la Iglesia será casa de esperanza —cautiva y cautivante—. En la esperanza saldrá del pozo donde no hay agua y ampliará el espacio de su tienda (cf. Is 54,2). Según una antigua tradición de Israel, el Mesías vendrá cuando todos tengan un lugar en la mesa del pan y de la palabra. La Iglesia puede ser esa mesa.”
Paulo Suess
 

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